domingo, 29 de noviembre de 2009

Vómito

Recuerdo aquella noche. Aún me duele.

El día que sentí dolor supe que había llegado el momento de admitir que los sentimientos que con tanto esmero traté de medir se me habían ido de las manos. Esa punzada implicaba que ya no había vuelta atrás.

Mi esternón emitió un crujido: se había roto con los latidos de mi corazón asustado, que botaba insistentemente antes de apagarse. Mi cuerpo se convirtió en un ataúd de madera en el que reposaban órganos inertes.

El dolor de la consciencia hizo de mí un cuerpo muerto.

Me recuerdo de rodillas vomitando en el suelo, poco antes de perder el conocimiento. Cuando volví en mí, era un despojo entre tus brazos, más largos que nunca.


No soporté que estuvieras ahí cerca, que lo hubieses presenciado todo. No podía aguantar tu cara de compasión, de resignación, de pena ajena, de quien trata de guardar la calma mientras se hace preguntas.


Recuerdo que, aunque no entendías, me decías que no pasaba nada, que no intentara explicártelo, que ya habría días para hablar. Recuerdo que no contesté, consciente de que no habría ya tiempo de nada, de que había llegado demasiado lejos.


Sabía que mi dignidad te desterraría a un lugar lejano, sabía que nunca admitiría lo ocurrido y jamás confiaría a tu memoria el mayor de mis secretos. Mi amor por ti no era tan grande como mi sensación de vulnerabilidad y de hielo.


El vértigo había podido conmigo, me había dejado caer al abismo y al final me había estampado contra un mármol liso y frío.


Sabía que mi cara de miedo se te quedaría para siempre en la retina y que incluso dejarías de ver mi sonrisa, porque ya sólo podrías ver mi mueca de dolor cuando me dirigieras la mirada.


Mi desnudez llevó a la innecesaria transparencia. Mis órganos estaban congelados y se veían a través de la piel lisa.

Sentía que mi cuerpo inerte era una cárcel, que mi corazón había acabado enjaulado entre mis huesos. Tenía el esternón partido en una fisura mortal y era incapaz de respirar sin tus branquias.


Mi última mirada fue hacia el charco de vómito a mi izquierda: transparente, líquido y salado. Eran las lágrimas que mi orgullo se negó a llorar cuando era el momento y que, junto a la hiel, se colaron poco a poco en mi tripa, desembocando en un final tan absurdo.


Te dije que te fueras. Mientras intentabas que no te cerrara la puerta, comprobé que tu cara, en el fondo, era de alivio.

lunes, 19 de octubre de 2009

Pedro

Como cada septiembre el portero de mi edificio, no vino a trabajar. Era su mes de vacaciones. En su lugar había un hombre pequeño, con gafas.

La semana pasada me di cuenta de que ya estábamos a mediados de octubre y seguía sin aparecer. Le pregunté al nuevo portero que dónde estaba Pedro y me dijo: Se ha jubilado.
Me pareció que se sorprendía al reparar en mi mueca, mezcla de incredulidad y decepción. Probablemente fuese la primera que le ponía cara triste porque Pedro se había ido.

Enseguida le sonreí y le dije: Pues bienvenido, ¿cuál es tu nombre? Yo me llamo Nayra.
Creo que no lo entendió, pero me dijo el suyo y siguió mirándome con sorpresa. Salí del portal y me encontré conmigo misma, entre triste e indignada.

A Pedro nadie le podía ni ver, es de esas personas hurañas y antipáticas hasta rozar la maldad. La conversación entre vecinos en el ascensor nunca giraba en torno al tiempo, sino en torno a su mala hostia. Cada vez que llegaba alguien nuevo a la finca me preguntaba ¿Este tío siempre es así?. Cuando mi madre venía de visita le daba mucha coba y siempre hablaba con él, así que él la trataba bien a ella y a mí, por extensión, empezó a gesticular algo que parecía una sonrisa y a llamarme guapa. Eso sí, jamás me ayudó con las bolsas de la compra o con la maleta.

Mientras andaba por Bailén, me enfadé porque Pedro no se despidió, y porque él, que empezó en el edificio en el mismo mes que yo llegué, hace exactamente nueve años, se ha ido sin preguntarnos a los vecinos qué nos parece.

Que la gente salga de nuestra vida o de nuestra rutina sin consultarnos es una putada. Ese día sentí que mi entorno cambiaba. Llegué a Callao donde había quedado con Luci y vi con espanto como la plazoletita pequeña (siempre me sorprendió que una glorieta diminuta fuera un lugar tan emblemático) se había convertido en una gran plaza completamente peatonal. Al igual que La Montera o Fuencarral.

¿Es que nadie va a preguntarnos nunca qué nos parece que el escenario sobre el que bailamos cambie? Creo que se me saltaron las lágrimas al mirar hacia atrás nueve años y ver que tantas cosas se habían transformaban y yo, en el fondo, ahí seguía, medio estancada, con el pelo más largo y con una carrera terminada, trabajando y con un sueldo de mierda, viendo Españoles por el mundo y pensando en cambiar de país a uno que tenga de verdad calidad de vida -ya está bien de tanto sol, tanta siesta y tanta hostia-, pero aquí y así.

De repente sentí que estos nueve años ya me pesan y que, a grandes rasgos, me parece que no he hecho nada de provecho. Nueve años de desorden, de caos, de conformismo. Intoxicada por una ciudad sobrevalorada, a punto de conmoverme cuando vea una postal del Madrid de los 90, a punto de no reconocer mi letra en los cuadernos que llené cuando llegué.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Unidades de tiempo

Acostumbré a medir mi vida en años. Ayer cumplí nueve en Madrid.
No puedo hacer balance. Todo lo que puedo decir es que aquí sigo, aquí vivo y aquí me levanto cada mañana. Aquí están mis planes de futuro.

Ayer contaba años y hoy cuento unidades de tiempo menos significativas, un poco en voz baja, para que el silencio no se rompa, para que la magia no desaparezca, y todo el ruido que me atrevo a hacer es el de mi lengua por deslizándose en mi paladar, chasqueando, saboreando. Y veo el eclipse desde dentro, casi puedo decir que por vez primera, y no quiero mirarlo demasiado porque no tengo con qué filtrar la vista.

No puedo hacer balance. Todo lo que puedo decir es que aquí estoy, aquí vivo y aquí me levanto muchas mañanas. Aquí están mis planes de presente.
Aquí está mi serenidad envuelta en piel y huesos, aquí está mi cuerpo hoy diminuto, aplastado contra la moqueta por una desgarradora y hermosa realidad.

domingo, 30 de agosto de 2009

Fundido en negro

Él le dice que no es guapo, que cómo puede ella haberse fijado en él...
Ella se ríe y le dice que no es verdad que él no sea guapo, que claro que lo es, y que, además, a ella le da igual su físico, que lo que de verdad le vuelve loca es su voz.

Ella siempre espera que todo se funda en negro, que llegue el momento de apagar las luces o de cerrar los ojos, para que él la acaricie con cada palabra, diciéndole esas cosas pequeñas y sencillas que le hacen humano y le muestran vulnerable, haciéndole temblar un poco, para que ella le recoja con un abrazo seguro y a la vez se llene del miedo que siempre dan los principios.

Entonces la belleza de ella y la voz de él componen la mágica fragilidad del inicio de una historia, grande o pequeña, cómo van ellos a saberlo, pero una de las múltiples historias que conforman esto que llamamos vida.

Y es así como ellos viven la vida estos días: uno toca el aire con su voz y la otra lo golpea con su rostro, y lo que entre ellos nace no tiene aún un nombre, pero crea sensaciones pequeñas y satisfactorias. Y así nacen la ilusión, las ganas. También es cierto que el miedo acecha y el vértigo hace de las suyas, agujereando estómagos y perforando las manos que se juntan, pero creando una sensación de euforia como sólo el vértigo puede.

Parece que han aprendido la lección: cuando el vértigo llega, ellos funden en negro, ella le escucha y él le acaricia la cara, imaginando ambos que va a salir bien.

Fundido en negro todo es más fácil de creer. Fundido en negro, creen.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Derribo

Ayer salí de casa y subí por la Plaza de la Cebada, por la acera de la izquierda. Pasado el mercado, a mi derecha, me di cuenta de que ahí faltaba algo. Miré bien y vi que varios edificios habían sido derribados, dejando una extensión enorme completamente al descubierto. Intenté recordar cómo eran los edificios que estaban ahí antes, y sólo visualicé las dos floristerías a pie de calle, en las que tantas veces me detuve. Recordé la esquina que da al metro y en la que nunca me apoyaba porque olía a pis. Sin embargo, me fue imposible acordarme de los edificios.

Siempre me ha resultado desoladora la visión de las paredes que quedan en pie tras el derribo de los edificios. Esa pared vertical que es un mosaico, donde aún se ven armarios empotrados, papeles de colores, azulejos, mobiliario del baño. Me quedé ahí plantada, intentando reconstruir, compulsivamente y sin éxito, el edificio en mi cabeza. Contemplé la nueva visión, miré las fincas de atrás, antes tapadas; pensé que ahora quienes allí vivieran podrían disfrutar de más luz.

Me invadió el vacío, la sensación exasperante que dan las cosas inanimadas cuando consiguen arrancarnos sentimientos, pensé en lo fácil que es descolocarme por el solo hecho de quitar, de un día para otro, algo que estaba ahí. Pensé en el poder de la costumbre y en la seguridad que da saber que las cosas están donde tienen que estar. Me invadió el desconcierto, en definitiva.

Seguí andando; en la esquina de Doctor Cortezo con Jacinto Benavente hay una cafetería de ésas que siempre hay al lado de los cines. Dan helados, sángüiches, bocatas y pasta de esa distribuida por alguna cadena absurda. Una pareja compartía un plato de espaguetis enchumbados de tomate frito con carne, lo que viene siendo una boloñesa, y otro plato de papas fritas con distintas salsas. A la vez.

No puedo describir el asco que sentí al ver semejantes platos y a ellos comerse aquello indistintamente. Creo que tuve que mirar para otro lado. No se pueden mezclar espaguetis llenos de una salsa horrenda y unas papas fritas.

Llego hasta Sol y me encuentro al tío que esa misma mañana ha salido desnudo de mi cama, agarrando a una rubia -para variar, digo yo- de la cintura. Ella hace como que le huye, él hace como que va a besarla, ella hace como que le rechaza, él hace como que le sigue el juego, ella hace como si las bragas no se le estuvieran empapando, él ni siquiera se ha cambiado la camiseta que yo le había quitado la noche anterior, ella hace como que se va a dejar. Ella cede, como si le costara dejarse, ambos se morrean indecentemente para ser un día entre semana y para estar en la principal plaza de la capital del reino.

Aquello me deja indiferente, sigo mi camino, así que les paso al lado, sin que noten mi presencia.

Concluyo que eso es lo bueno de que demuelan edificios, que te hace pensar que todo cae, que todo cambia, que todo fluye, como, según nos enseñaron en COU, decía Heráclito. El vacío emocional del no edificio y el asco de los espaguetis boloñesa como gusanos enormes en lodo rojo me dejaron carente de sentimientos ante aquella escena. Es increíble cuál de las cosas sin sentido que te ocurren cada día te servirá para relativizar.

En ese momento, me acordé del olor a cloro de cuando pasaba por la floristería y recordé que lo que habían tirado abajo era un polideportivo. Curiosos los acontecimientos que nos hacen reaccionar.

sábado, 22 de agosto de 2009

La playa

He puesto a lavar las sábanas y me he mareado arrodillada frente a la lavadora; me ha dado una arcada cuando he sentido el olor de las horas pasadas, que no estoy del todo segura de haber querido vivir. Procuro pensar que aquello no fue real, pero lo cierto es que han caído al suelo algunos granos de arena.

Volvimos de la playa, después de un largo viaje, y en mi cama ahogamos el desamor que nos quedaba, después de habernos prometido que se había acabado mientras nos dábamos el último baño en el mar con el firme propósito de que esa era la última vez que ibas a estar dentro de mí.

Qué idiotas, ¿es que no lo sabíamos? Ya habíamos aprendido que después de tanto tiempo de recorrernos el cuerpo de todas las maneras posibles nos negamos a desenganchar nuestras pieles a pesar de que nuestras cabezas sepan que ya no hay más.

Pero no. Volvimos a Madrid y nos tiramos en la cama, desgarrándonos el alma con cada beso -que en realidad eran mordiscos-, diciéndonos con las manos que no éramos capaces de asumir la última vez y cayendo en ese ritmo frenético del sexo cuando se cree que la persona que tenemos entre los brazos se nos va a escurrir. Ese ritmo rápido y mecánico, pero certero y experimentado. Ese ritmo que no falla cuando se tiene a alguien delante cuyo cuerpo se conoce bien, haciéndolo todo a la perfección. La playa se vino a mi cama, durante un día y medio entero, casi sin parar.

Y chupándote me sabías a mar mezclado con la canela a la que siempre me supo el camino que empieza bajo tu ombligo.

Y mordiéndote me dije que por qué no intentarlo, que por qué no dejar que nuestros cuerpos decidieran, y nuestros cuerpos decidían hacer el amor para siempre.

Y gimiéndote te dije que no te fueras, que no podías irte, que no podías dejarme así.

Y llorando me dijiste que no, que adónde ibas a ir tú sin mí, y que no querías que acabara el verano, que no querías tener que salir de la cama y renunciar a nuestros cuerpos desnudos.

Y riéndome te vi reír y empezar de nuevo a darme lo que mejor me sabes dar y me prometí que lo iba a intentar.

Y sobresaltada me desperté en medio de la noche y sentí ese olor que luego notaría al lavar las sábanas y me di cuenta de que no, que no, que no podía ser.

Y te despertaste y me dijiste qué te pasa y te dije no es nada, duérmete, me ha despertado el calor.

Y me contestaste, sí hace mucho calor, ojalá estuviéramos aún en la playa.

Y me abrazaste mientras yo te mentía y te decía sí, ojalá.

martes, 18 de agosto de 2009

Reconquista

Nos enseñaron a conquistar a los hombres. Nos dijeron algo así como: "sois mujeres, estáis socialmente obligadas a conquistarlos". Por el estómago, por el juego de la seducción, por la ropa interior bien cuidada, por el perfume, por el sexo, por la ocultación, por el secretismo, por la sonrisa... aprendimos a hacerlos nuestros.

Nadie nos enseñó, sin embargo, a reconquistarles. Se olvidaron de la segunda lección. La más importante, quizás. Llegamos al momento de la reconquista, del arrepentimiento, del "me lo he pensado mejor" y no sabemos cómo retenerles. No vale una cena, no vale un gesto si no sabemos cuál es la tecla a tocar. Y no, no lo sabemos. No sabemos cómo hacerles olvidar

cómo hacernos perdonar

cómo hacerles creer que nuestros defectos no son tan graves

cómo hacer que nos quieran de nuevo

cómo convencerles de que con nosotras están mejor

cómo abrazarles

cómo lobotomizar

cómo follarles

cómo atraparles

cómo hacer que entiendan

cómo engañarles

cómo darles seguridad

cómo pretender

cómo acertar

cómo reconstruir

cómo abrir la puerta

cómo autoconvencernos, siquiera.

Tantos años jugando a las casitas para luego levantarte una mañana empapada en sudor y darte cuenta de que no, que no sabes nada del amor y de cómo se hace porque lo vives como una autómata, tragándotelo todo sin saborearlo, corrompiéndolo, corrompiéndote.

lunes, 10 de agosto de 2009

Cernícalos por mariposas















Irene me recuerda la frase de Kundera: el vértigo es el miedo a dejarse ganar por las ganas de querer caer.

Tengo vértigo cuando me veo tentada a querer caer aunque sé que no debería, cuando sé que no sé volar y que no es ése el precipicio al que me quiero arrojar. Es por eso que llevo un paracaídas a cuestas, por si alguna vez me tiro cuando mis alas no estén aún preparadas.

Lo cierto es que no, que nunca me lanzo, que me quedo sobre esa roca, viendo volar a los cernícalos, viéndolos planear y deseando ser uno de ellos. A veces lo hago en compañía de alguien que se siente como yo y comprobamos mutuamente el estado de nuestras alas para recordarnos que no, que no es el momento. Estamos en la roca. Una más encaramada que la otra. Una más escarmentada que la otra.

Estamos sonriendo, treinta centímetros más y caigo. Yo estoy enamorada de la naturaleza que nos rodea y que conozco bien. Ella quizás se esté enamorando. Y yo me pregunto por qué lo demás es tan complicado. Por qué hay tanta diferencia.

Por la noche, acabamos en el mar. Esos milagros quizás sólo ocurran en una isla. Quizás sólo en verano. Yo estoy más cerca de ser feliz. Me dejo llevar y siento que eso está bien. Me voy a la cama con sabor a tierra y a sal. Exhausta y llena de paz. Serena

Acaban los días de mar y montaña. Volvemos a la ciudad y en el mundo real dejarse llevar suena demasiado bien. Demasiado bien para ser verdad. Y entonces freno, me arranco las alas y decido que no, que a otra cosa, mariposa, que aquí no hay cielo donde flotar ni mar sobre el que planear ni precipicio que contemplar.

Cernícalos por mariposas, que mueren en veinticuatro horas, que son frágiles y están hechas de polvo, insectos a los que una ligera lluvia puede tumbar.

Mariposas por ahora, pero tranquila, mi niña, que un día volaremos como los cernícalos, que saben extender las alas cuando llegan rachas de viento, para quedar a la deriva, para planear y esperar a que amaine. Sin nunca jamás caer.

lunes, 3 de agosto de 2009

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Mírame. No puedes verme, pero mírame desde estas palabras.

Que sea la última vez que me haces volcar el corazón. Que sea la última que me paras la respiración.Me pregunto quién te ha dado permiso para turbar mi vida y para meterte en mi presente, qué parte no entendiste de que llevas una década hundido en mi pasado, si bien no puedo dejar de sentir náuseas cada vez que algo me recuerda a ti.

Una intenta hacerse una vida, como puede, y aprende que los fantasmas pueden diluirse, pero que no se van nunca del todo. El caso es que una aprende a caminar, de alguna manera, como atada a una cuerda que hace que el camino sobre la línea sea lo más recto posible. ¿Pretendías cortar la cuerda?. Permíteme decirte que sigues siendo el ser más presuntuoso que conocí nunca.

Quién te has creído que eres, qué importancia ibas a tener, qué recuerdo iba yo a guardar de ti sino el del desprecio y la náusea.No tienes derecho a volver, no tienes derecho a quebrarme la tranquilidad, no puedes desviarme del camino ni siquiera durante un minuto, no tienes derecho a existir donde yo existo, no puedes acercarte, no puedes tocarme. No puedes ni oler mi vida.

Déjame decirte también que, después del vértigo consecuencia de tu osadía, vino la risa. Tu patetismo me dio risa.

Mírame bien desde aquí donde te escribo, mírame en estas letras si es que aún recuerdas mi cara y empieza a borrarla del todo. No te olvides nunca de que eres lo peor que me ocurrió en la vida y déjame seguir viviendo sin odio, como hasta ahora.

miércoles, 22 de julio de 2009

Imitation of life

Qué estarás haciendo ahora cuando ayer me tenías cogida por la cintura, respirándome la nuca, mirando con tu ojo derecho mi mejilla derecha, acogiendo con tu mano derecha mi hombro izquierdo, en una conjunción perfecta.

Qué tendrías que decirme cuando guardabas silencio, tanto rato, guardando palabras que quizás no merezco aún oír, que quizás sólo merecen ser pensadas. Igual te dabas cuenta de que siento que no puedo repetirlo durante mucho más tiempo, que me voy a tener que ir lejos, que te voy a tener que romper como a una foto.

Y bien, centrémonos en esta noche, que será la siguiente, la primera de las últimas. Por dónde quieres que empiece a beberte, por dónde quieres que empiece a restarte la vida -o acaso a dártela- por dónde quieres que empecemos a ser uno solo. De dónde va a partir esta unión que en unos días rompa para siempre.

Detrás de mí te espera la sorpresa de mi huída. Siento que tú también seas víctima, pero es que no estoy acostumbrada a quedarme y tendré que matarnos e irme, qué le vamos a hacer.

Y es que no sé vivir, así que me limito a imitar la vida como puedo, como me la cuentan, como la veo desde fuera, intentando emular los actos que otros acometen, ensayando las posturas delante del espejo, repitiendo en voz alta las frases que escucho en las películas, vistiéndome como los maniquíes de las tiendas de alguna franquicia barata.

¿Lo estoy haciendo bien? ¿Es así como os comportáis las personas que habéis vencido el miedo, es así como movéis la lengua en boca ajena, es así como os reís? ¿Imito bien el gesto, podrías llegar a amar a este prototipo en el que me he convertido, mis 36.3 grados de temperatura son lo suficientemente humanos? Contesta: dime que soy la mentira más real que has sostenido últimamente.

viernes, 17 de julio de 2009

Donostia

Sé que he estado muerta.

Ven ahora, ¿puedes dejarlo todo y venir?. Estoy en la playa. Ven. Es invierno y no hay nadie más. Estoy de pie mirando al mar.

Si vinieras hasta aquí, descubrirías otros ojos en mi rostro. ¿Te acuerdas de aquella luz de mi mirada, la del principio, ésa de la que siempre me hablabas? Creo que debe de haber vuelto.

Si vinieras, descubrirías la mirada del mar. El agua en mis pupilas. Su fuerza en mi piel, el salitre en mis labios, la libertad en mis manos, las olas en mis oídos, la arena en mis pies.

Y volverías -quizás- a quererme, empapándote de la nueva vida que encontrarías en mí, del peso de mis entrañas, del vigor de esa isla varada enfrente.

Sé que he estado muerta, pero este paisaje me ha resucitado. ¿Querrás volver? Sólo tienes que abrazarme por la espalda, y decir nada. Entonces sabré que sí, que vas a dejar que la sal me resucite y que vas a ponerme una corona de algas para convertirme en reina del mar.

¿Y tú? ¿Serás capaz de soltar el ancla que te ata a la tierra? ¿Querrás nadar conmigo y que te salgan branquias? Dejemos la tierra atrás. Contemplemos el verde de esos montes desde lejos, de norte a sur.

Sé que he estado muerta. También sé que ahora quiero volver a la vida. Dime que aún sabes nadar.

sábado, 11 de julio de 2009

Condicionales

Que alguien le diga a Chris Martin que deje de cantar, de decirme las cosas que están rotas, que deje de llorarme con sus tonos agudos, que deje de recordarme lo que se me va, lo que se me está yendo desde hace tanto, que deje de hundirme en una canción para resucitarme en la siguiente.

Llevadme al fondo del mar, pordiossanto. Me arde el cuerpo; no sé si de calor o de todo lo que tengo que decir, de todo lo que tengo que decirte, no a quien me está leyendo, sino a quien está en algún ángulo remoto castigándome con su espalda.

Que estoy flotando boca arriba para ver el cielo y no terminar de ahogarme y suicidar conmigo todo lo que tengo que contar y que podría vomitar esta noche, sin parar, sabiendo que no quiero dormir porque tengo los pulmones encharcados de condicionales.

Podría empezar tres millones de frases que empezasen en si sin acento:

Si me dijeras que quieres venir a dormir conmigo ahora, te diría que sí.

Si tuvieras el semblante serio y la voz queda, te pediría que no te fueras nunca.

Si me sonrieras tristemente, volvería a tratarte como una madre sabiendo que es un error.

Si me desnudaras, tiraría la llave de la habitación hasta que el domingo muriera.

Si me abrazases, menguaría unos cuantos centímetros.

Si abrieses la boca, te envenenaría.

Si te dejases engañar, te diría que todo fue un mal sueño, que dónde se ha visto la nieve en la playa.

jueves, 9 de julio de 2009

Ruinas

Te encontré tiritando entre ruinas de piedra, exhausto tras escarbar la tierra con tus manos sin hallar lo que buscabas. Nunca supe qué era.

Te encontré sudando en frío. Sin saberlo, estabas cavando tu propia fosa, estabas sembrando tu propia muerte, aumentando tu frustración con cada brazada y con cada mirada que dirigías al fondo de ese hoyo que sólo mostraba tierra y más tierra.

Te encontré delirando. Pedías que te salvaran y yo sólo pude mirarte sentada sobre una roca oblicua como mi mirada.

Te encontré lívido y hueco. Al acercarme a ti y tocarte, un eco resonaba desde tus entrañas, llenas de vacío. A su manera, aquello también era música.

Te encontré muerto a los días. Nunca sentí el remordimiento de no haberlo evitado, nunca lloré tu muerte porque algo me hacía pensar que tu vida no era mucho mejor que aquello.

Te encontré rodeado de buitres. Me pareció una irónica alegoría de tu vida.

Te encontré con los ojos aún abiertos. Te los cerré para que no vieras el mundo que dejabas, para que dejaras de sufrirlo, para que te fueras con algo de paz.

Te arrojé en aquel agujero y la tierra se cerró inmediatamente, tragándote.

Meses después regresé y comprobé cómo entre aquellas ruinas habían nacido brotes de hierbas salvajes. Me puse de rodillas. Empecé a cavar.

miércoles, 17 de junio de 2009

Perdona

Perdona que no haya sabido ser ligera. Perdona que me pesen tanto los huesos. Perdóname por querer olvidar tu nombre y el sonido inexistente de tus pasos. Perdona que haya decidido zafarme de tu abrazo interminable en la noche, perdona por haber decidido no arriesgarme a seguirte, perdóname por decidir que ya no existimos, perdóname por no permitirme ser feliz de mentira, perdóname por pretender ser feliz de verdad.

Perdóname por no haber impedido que cada embestida me confundiera, perdóname por no saber follar como se nos enseñó en los 90, perdóname por mi dependencia inesperada, perdóname por morder la almohada, perdóname por los días tristes, perdona mi melancolía atada a tu cama.

Perdóname por haber entrado aquel día en aquel bar, perdóname por haber olvidado la última palabra que dijiste, perdóname por haber roto tu silencio, por haber silenciado tu gemido, por haberte dicho que en el fondo te quería, por haber decidido que ser cobardes -a veces- es de valientes.

Perdona por haber hecho de un oasis todo un desierto, por haberme comido toda la manzana, por haber dejado que las lágrimas empaparan tu cama, por haber hecho que la cama se expandiera fuera de las paredes de tu habitación y se convirtiera en un mundo que sólo existía para mí. Perdóname por haber estirado mis sentimientos como si fueran mis propios brazos enredados en tu pelo.

Y te perdono por haberme venido a buscar como un enamorado cuando eras un amante; te perdono por los años perdidos, por la vida que prometiste en cada gesto que malinterpreté; y te perdono por dejarme creer cosas que sabías que no existían, te perdono por haberme sujetado la cabeza y por saber verme llorar con la fortaleza que siempre busqué. Te perdono por existir brevemente.

martes, 9 de junio de 2009

Frío

Eres capaz de hacerme un corte y dejar que sangre a borbotones sin que me duela. Me tocas y dejo de sangrar. La herida se cierra. Ni rastro. Sólo sé que me siento mejor.

Es como un trance: llegas, abres sin más rodeos que los necesarios y yo me quedo quieta, sin dolor y sin lágrimas, mientras tú drenas mi sangre contaminada para rellenarme de una nueva.

Te vas.

Un buen rato después, cuando me siento curada y ni siquiera alcanzo a ver la cicatriz, me da por crear surcos en mis mejillas en los que queda un poso salado de algo parecido al alivio.

Y agradezco la brevedad de tu presencia, lo escueto de cada una de tus frases, la precisión de tu bisturí, la frialdad de tu mirada. No entiendo cómo tu gelidez y tu distancia me generan la debilidad necesaria para acercarme al mundo. No hace falta entenderlo.

jueves, 4 de junio de 2009

In the sky

Me llamo Nayra. Soy isleña. Vivo en Madrid.

A menudo me preguntan si no echo de menos el mar.
Más bien, lo dan por hecho: Extrañarás mucho el mar, ¿no?
A mí me da entre pena y vergüenza decir que no mucho. Sí, bueno, claro que lo echo de menos, pero no es que lo pase fatal como le ocurre a muchas personas, suelo contestar.
Ayer me lo preguntó Raúl, y me di cuenta de que me falta el mar, pero no es nada comparado con cómo echo de menos el cielo.

Ya sé que precisamente el cielo se puede ver desde cualquier sitio, pero el cielo de una ciudad, no es un cielo en condiciones. El cielo de una ciudad no tiene estrellas, no se queda oscuro, no refugia, no cubre. El cielo de Madrid es hermoso, pero nunca pienso: quiero estar allí arriba.

Cuando vivía en laisla, en cambio, lo pensaba continuamente. En mi tierra el cielo se te echa encima, lejano, pero pesado, presente e intenso, como un manto espeso y denso, capaz de envolverte o de aplastarte como una losa. Cuando vuelvo, aún pienso en que me gustaría elevarme y estar en ese cielo; no en un sentido bíblico, entiéndanme, sino en un sentido etéreo, por aquello de vagar, por aquello de volar, por aquello de no estar, pero sin irme del todo.

Y es por esto que mi nuevo blog se llama así, porque en el cielo es donde quiero estar, porque es en las nubes donde estoy la mayor parte del tiempo. Por eso y por la psicodelia que me inspira la canción de los Bítels, claro. Ah, y por la rima, que es una de esas cosas simples y bonitas.

Este blog viene de otro. Otro que se me ha antojado cerrar, creo que porque también cerré una etapa y porque el señor gúguel ha decidido que quienquiera que meta mi nombre y apellidos en el buscador me encuentre, y estoy harta de escribir condicionada por eso (mis padres me dieron, entre otras cosas, apellidos singulares que nadie más combina como yo).

Y bien, aquí me tenéis. Juzgadme lo que queráis, prejuzgadme si es que no me conocéis. En el fondo, la tolerancia está sobrevalorada.