domingo, 30 de agosto de 2009

Fundido en negro

Él le dice que no es guapo, que cómo puede ella haberse fijado en él...
Ella se ríe y le dice que no es verdad que él no sea guapo, que claro que lo es, y que, además, a ella le da igual su físico, que lo que de verdad le vuelve loca es su voz.

Ella siempre espera que todo se funda en negro, que llegue el momento de apagar las luces o de cerrar los ojos, para que él la acaricie con cada palabra, diciéndole esas cosas pequeñas y sencillas que le hacen humano y le muestran vulnerable, haciéndole temblar un poco, para que ella le recoja con un abrazo seguro y a la vez se llene del miedo que siempre dan los principios.

Entonces la belleza de ella y la voz de él componen la mágica fragilidad del inicio de una historia, grande o pequeña, cómo van ellos a saberlo, pero una de las múltiples historias que conforman esto que llamamos vida.

Y es así como ellos viven la vida estos días: uno toca el aire con su voz y la otra lo golpea con su rostro, y lo que entre ellos nace no tiene aún un nombre, pero crea sensaciones pequeñas y satisfactorias. Y así nacen la ilusión, las ganas. También es cierto que el miedo acecha y el vértigo hace de las suyas, agujereando estómagos y perforando las manos que se juntan, pero creando una sensación de euforia como sólo el vértigo puede.

Parece que han aprendido la lección: cuando el vértigo llega, ellos funden en negro, ella le escucha y él le acaricia la cara, imaginando ambos que va a salir bien.

Fundido en negro todo es más fácil de creer. Fundido en negro, creen.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Derribo

Ayer salí de casa y subí por la Plaza de la Cebada, por la acera de la izquierda. Pasado el mercado, a mi derecha, me di cuenta de que ahí faltaba algo. Miré bien y vi que varios edificios habían sido derribados, dejando una extensión enorme completamente al descubierto. Intenté recordar cómo eran los edificios que estaban ahí antes, y sólo visualicé las dos floristerías a pie de calle, en las que tantas veces me detuve. Recordé la esquina que da al metro y en la que nunca me apoyaba porque olía a pis. Sin embargo, me fue imposible acordarme de los edificios.

Siempre me ha resultado desoladora la visión de las paredes que quedan en pie tras el derribo de los edificios. Esa pared vertical que es un mosaico, donde aún se ven armarios empotrados, papeles de colores, azulejos, mobiliario del baño. Me quedé ahí plantada, intentando reconstruir, compulsivamente y sin éxito, el edificio en mi cabeza. Contemplé la nueva visión, miré las fincas de atrás, antes tapadas; pensé que ahora quienes allí vivieran podrían disfrutar de más luz.

Me invadió el vacío, la sensación exasperante que dan las cosas inanimadas cuando consiguen arrancarnos sentimientos, pensé en lo fácil que es descolocarme por el solo hecho de quitar, de un día para otro, algo que estaba ahí. Pensé en el poder de la costumbre y en la seguridad que da saber que las cosas están donde tienen que estar. Me invadió el desconcierto, en definitiva.

Seguí andando; en la esquina de Doctor Cortezo con Jacinto Benavente hay una cafetería de ésas que siempre hay al lado de los cines. Dan helados, sángüiches, bocatas y pasta de esa distribuida por alguna cadena absurda. Una pareja compartía un plato de espaguetis enchumbados de tomate frito con carne, lo que viene siendo una boloñesa, y otro plato de papas fritas con distintas salsas. A la vez.

No puedo describir el asco que sentí al ver semejantes platos y a ellos comerse aquello indistintamente. Creo que tuve que mirar para otro lado. No se pueden mezclar espaguetis llenos de una salsa horrenda y unas papas fritas.

Llego hasta Sol y me encuentro al tío que esa misma mañana ha salido desnudo de mi cama, agarrando a una rubia -para variar, digo yo- de la cintura. Ella hace como que le huye, él hace como que va a besarla, ella hace como que le rechaza, él hace como que le sigue el juego, ella hace como si las bragas no se le estuvieran empapando, él ni siquiera se ha cambiado la camiseta que yo le había quitado la noche anterior, ella hace como que se va a dejar. Ella cede, como si le costara dejarse, ambos se morrean indecentemente para ser un día entre semana y para estar en la principal plaza de la capital del reino.

Aquello me deja indiferente, sigo mi camino, así que les paso al lado, sin que noten mi presencia.

Concluyo que eso es lo bueno de que demuelan edificios, que te hace pensar que todo cae, que todo cambia, que todo fluye, como, según nos enseñaron en COU, decía Heráclito. El vacío emocional del no edificio y el asco de los espaguetis boloñesa como gusanos enormes en lodo rojo me dejaron carente de sentimientos ante aquella escena. Es increíble cuál de las cosas sin sentido que te ocurren cada día te servirá para relativizar.

En ese momento, me acordé del olor a cloro de cuando pasaba por la floristería y recordé que lo que habían tirado abajo era un polideportivo. Curiosos los acontecimientos que nos hacen reaccionar.

sábado, 22 de agosto de 2009

La playa

He puesto a lavar las sábanas y me he mareado arrodillada frente a la lavadora; me ha dado una arcada cuando he sentido el olor de las horas pasadas, que no estoy del todo segura de haber querido vivir. Procuro pensar que aquello no fue real, pero lo cierto es que han caído al suelo algunos granos de arena.

Volvimos de la playa, después de un largo viaje, y en mi cama ahogamos el desamor que nos quedaba, después de habernos prometido que se había acabado mientras nos dábamos el último baño en el mar con el firme propósito de que esa era la última vez que ibas a estar dentro de mí.

Qué idiotas, ¿es que no lo sabíamos? Ya habíamos aprendido que después de tanto tiempo de recorrernos el cuerpo de todas las maneras posibles nos negamos a desenganchar nuestras pieles a pesar de que nuestras cabezas sepan que ya no hay más.

Pero no. Volvimos a Madrid y nos tiramos en la cama, desgarrándonos el alma con cada beso -que en realidad eran mordiscos-, diciéndonos con las manos que no éramos capaces de asumir la última vez y cayendo en ese ritmo frenético del sexo cuando se cree que la persona que tenemos entre los brazos se nos va a escurrir. Ese ritmo rápido y mecánico, pero certero y experimentado. Ese ritmo que no falla cuando se tiene a alguien delante cuyo cuerpo se conoce bien, haciéndolo todo a la perfección. La playa se vino a mi cama, durante un día y medio entero, casi sin parar.

Y chupándote me sabías a mar mezclado con la canela a la que siempre me supo el camino que empieza bajo tu ombligo.

Y mordiéndote me dije que por qué no intentarlo, que por qué no dejar que nuestros cuerpos decidieran, y nuestros cuerpos decidían hacer el amor para siempre.

Y gimiéndote te dije que no te fueras, que no podías irte, que no podías dejarme así.

Y llorando me dijiste que no, que adónde ibas a ir tú sin mí, y que no querías que acabara el verano, que no querías tener que salir de la cama y renunciar a nuestros cuerpos desnudos.

Y riéndome te vi reír y empezar de nuevo a darme lo que mejor me sabes dar y me prometí que lo iba a intentar.

Y sobresaltada me desperté en medio de la noche y sentí ese olor que luego notaría al lavar las sábanas y me di cuenta de que no, que no, que no podía ser.

Y te despertaste y me dijiste qué te pasa y te dije no es nada, duérmete, me ha despertado el calor.

Y me contestaste, sí hace mucho calor, ojalá estuviéramos aún en la playa.

Y me abrazaste mientras yo te mentía y te decía sí, ojalá.

martes, 18 de agosto de 2009

Reconquista

Nos enseñaron a conquistar a los hombres. Nos dijeron algo así como: "sois mujeres, estáis socialmente obligadas a conquistarlos". Por el estómago, por el juego de la seducción, por la ropa interior bien cuidada, por el perfume, por el sexo, por la ocultación, por el secretismo, por la sonrisa... aprendimos a hacerlos nuestros.

Nadie nos enseñó, sin embargo, a reconquistarles. Se olvidaron de la segunda lección. La más importante, quizás. Llegamos al momento de la reconquista, del arrepentimiento, del "me lo he pensado mejor" y no sabemos cómo retenerles. No vale una cena, no vale un gesto si no sabemos cuál es la tecla a tocar. Y no, no lo sabemos. No sabemos cómo hacerles olvidar

cómo hacernos perdonar

cómo hacerles creer que nuestros defectos no son tan graves

cómo hacer que nos quieran de nuevo

cómo convencerles de que con nosotras están mejor

cómo abrazarles

cómo lobotomizar

cómo follarles

cómo atraparles

cómo hacer que entiendan

cómo engañarles

cómo darles seguridad

cómo pretender

cómo acertar

cómo reconstruir

cómo abrir la puerta

cómo autoconvencernos, siquiera.

Tantos años jugando a las casitas para luego levantarte una mañana empapada en sudor y darte cuenta de que no, que no sabes nada del amor y de cómo se hace porque lo vives como una autómata, tragándotelo todo sin saborearlo, corrompiéndolo, corrompiéndote.

lunes, 10 de agosto de 2009

Cernícalos por mariposas















Irene me recuerda la frase de Kundera: el vértigo es el miedo a dejarse ganar por las ganas de querer caer.

Tengo vértigo cuando me veo tentada a querer caer aunque sé que no debería, cuando sé que no sé volar y que no es ése el precipicio al que me quiero arrojar. Es por eso que llevo un paracaídas a cuestas, por si alguna vez me tiro cuando mis alas no estén aún preparadas.

Lo cierto es que no, que nunca me lanzo, que me quedo sobre esa roca, viendo volar a los cernícalos, viéndolos planear y deseando ser uno de ellos. A veces lo hago en compañía de alguien que se siente como yo y comprobamos mutuamente el estado de nuestras alas para recordarnos que no, que no es el momento. Estamos en la roca. Una más encaramada que la otra. Una más escarmentada que la otra.

Estamos sonriendo, treinta centímetros más y caigo. Yo estoy enamorada de la naturaleza que nos rodea y que conozco bien. Ella quizás se esté enamorando. Y yo me pregunto por qué lo demás es tan complicado. Por qué hay tanta diferencia.

Por la noche, acabamos en el mar. Esos milagros quizás sólo ocurran en una isla. Quizás sólo en verano. Yo estoy más cerca de ser feliz. Me dejo llevar y siento que eso está bien. Me voy a la cama con sabor a tierra y a sal. Exhausta y llena de paz. Serena

Acaban los días de mar y montaña. Volvemos a la ciudad y en el mundo real dejarse llevar suena demasiado bien. Demasiado bien para ser verdad. Y entonces freno, me arranco las alas y decido que no, que a otra cosa, mariposa, que aquí no hay cielo donde flotar ni mar sobre el que planear ni precipicio que contemplar.

Cernícalos por mariposas, que mueren en veinticuatro horas, que son frágiles y están hechas de polvo, insectos a los que una ligera lluvia puede tumbar.

Mariposas por ahora, pero tranquila, mi niña, que un día volaremos como los cernícalos, que saben extender las alas cuando llegan rachas de viento, para quedar a la deriva, para planear y esperar a que amaine. Sin nunca jamás caer.

lunes, 3 de agosto de 2009

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Mírame. No puedes verme, pero mírame desde estas palabras.

Que sea la última vez que me haces volcar el corazón. Que sea la última que me paras la respiración.Me pregunto quién te ha dado permiso para turbar mi vida y para meterte en mi presente, qué parte no entendiste de que llevas una década hundido en mi pasado, si bien no puedo dejar de sentir náuseas cada vez que algo me recuerda a ti.

Una intenta hacerse una vida, como puede, y aprende que los fantasmas pueden diluirse, pero que no se van nunca del todo. El caso es que una aprende a caminar, de alguna manera, como atada a una cuerda que hace que el camino sobre la línea sea lo más recto posible. ¿Pretendías cortar la cuerda?. Permíteme decirte que sigues siendo el ser más presuntuoso que conocí nunca.

Quién te has creído que eres, qué importancia ibas a tener, qué recuerdo iba yo a guardar de ti sino el del desprecio y la náusea.No tienes derecho a volver, no tienes derecho a quebrarme la tranquilidad, no puedes desviarme del camino ni siquiera durante un minuto, no tienes derecho a existir donde yo existo, no puedes acercarte, no puedes tocarme. No puedes ni oler mi vida.

Déjame decirte también que, después del vértigo consecuencia de tu osadía, vino la risa. Tu patetismo me dio risa.

Mírame bien desde aquí donde te escribo, mírame en estas letras si es que aún recuerdas mi cara y empieza a borrarla del todo. No te olvides nunca de que eres lo peor que me ocurrió en la vida y déjame seguir viviendo sin odio, como hasta ahora.