domingo, 8 de agosto de 2010

Corrida de toro

El histórico día en que fueron abolidas las corridas de toros en Cataluña (me enteré porque mis amigos me colapsaron el facebook con la feliz noticia), me encontré, nada menos que en Katmandú, con una. Una corrida de toro, pero en este caso de las buenas, de las que dan gustito.

Iba yo en un taxi diminuto y destartalado mirando por la ventana el río Bagmati y las colinas al fondo del valle, cuando de pronto el conductor paró en seco. Delante, otro coche y delante de éste, un señor toro montando a una señora vaca. Dada la sagrada condición de esta última, el acto fue contemplado con solemne paciencia y el debido respeto por los que allí nos encontrábamos. En una ciudad en la que se conduce con la mano en el claxon, me resultaba increíble que nadie tratara de disuadirles para continuar con el tráfico.

Una vez terminada la cópula, juraría que los animales estaban sonriendo y se me ocurrió que aquélla no era sino una demostración más de la consciencia colectiva que impera en el reino animal. Aquellas dos reses estaban celebrando con sendas corridas, el fin de la corrida más dantesca y cruel.

Y siento ser tan soez, oiga, pero es lo que tiene escribir, que los juegos de palabras nos dan, valga la redundancia, mucho juego.

Así que, parafraseando a mi amigo Pablo, "Vivan las corridas, pero en la cama" (o en las carreteras de Nepal).

miércoles, 4 de agosto de 2010

Eat, pray, love o la promesa de Pokhara


Casualidades me persiguen como siempre, claro que estando receptiva quizás sea yo quien las atraiga como un imán o quizás sea sólo que tengo los ojos tan abiertos que me es imposible no verlas. Digamos que yo las llamo coincidencias y simplemente las contemplo divertida, mientras otros se empeñan en llamarlas señales y las dotan de seriedad y de peso específico.

- Can't you see it? it's another signal!

Los sueños se confunden con la realidad como la tierra se confunde con las aguas de la certeza en los lagos de Pokhara. Pude sumergirme en el perfume de las canciones que canté en la adolescencia y me sentí afortunada y bendecida por una situación tan imprevista como perfecta.

Bendecida fue la causa de mi fortuna

El caso es que entré a refugiarme de la lluvia en una librería de viajes y ahí lo encontré. Sin entrar en detalles de las casualidades que lo rodeaban, os diré que me esperaba en un estante y me decía exactamente:
Come
Reza
Ama

Así que pagué las 650 rupias que costaba sin regatear un céntimo, aproveché para comprar también banderas de oración tibetanas y los imanes de rigor y me lo llevé como un tesoro.

Calidad literaria discutible, una trama con demasiados saltos, pero una moraleja maravillosa:
Que comas
Que reces
Que ames

Por lo tanto decidí que ésas iban a ser las premisas del resto de mi viaje, y me dediqué a:
Comer
Rezar
Amar

Eso sí, a mí manera todo ello.

Fui capaz de comer decentemente por primera vez desde que pisé el país, me enseñaron a rezar como hacen por estas latitudes y me dio la sensación de que iba por el camino correcto en cuanto a aprender a amar.

El balance a mi regreso a Madrid es:
Más kilos
Más alma
Más corazón

En cuanto al destino final de este viaje, el que aún no ha acabado y de hecho parece estar simplemente empezando, parece ser:
Mayor equilibrio
Mayor serenidad
Mayor felicidad

Y ésta es la historia de cómo, sin pretenderlo, me hice mi propia promesa de los lagos de Pokhara.

martes, 3 de agosto de 2010

Visa Desk

When I got the visa desk at Kathmandu airport, the man that took my passport told me:
- You are wearing mehendi, the bangles, the tika... you look as a Nepali woman, and you have only been here for 3 weeks!
I smiled and replied:
- Yes, but I have been here with Nepali people
- Was it your first time in Nepal?
- Yes
- Did you like it?
- Yes, very much, I have had a great time
- You are coming back
- Who knows, I would love to...
- Yes, you are coming back, I can see it in your eyes
- That's because you can see I have been crying
- No, that is because I can see love in your eyes

I couldn't say anything, just remained shocked.
He gave me my passport back and said:
- Come back soon and have a nice flight.

Then I started crying again.

Visa

Al llegar al departamento de visados del aeropuerto de Kathmandú, el señor encargado de coger mi pasaporte y comprobar que todo estaba en orden me echó una mirada rápida y me dijo:

-Llevas mehendi (henna) en las manos, las pulseras típicas, el tika en la frente... pareces una mujer nepalí ¡y sólo has estado aquí tres semanas!
- Sí, pero he estado rodeada de nepalíes
- ¿Era la primera vez que venías a Nepal?
- Sí
- ¿Te ha gustado?
- Mucho; me lo he pasado muy bien
- Vas a volver
- Quién sabe; me encantaría...
- Sí, vas a volver, puedo verlo en tus ojos
- Eso es porque ha visto que he estado llorando
- No, es porque puedo ver el amor en ellos

No pude decir nada, simplemente me quedé parada.
Me devolvió mi pasaporte y me dijo:

- Vuelve pronto y que tengas un buen vuelo

Entonces empecé a llorar de nuevo.

viernes, 23 de julio de 2010

Manos (o cómo amar en Nepal)

En la fiesta del cole de las niñas saludando a un profesor

En este país en el que me encuentro se usan las manos para comer, para rezar, para saludar -namaste-, para dar las gracias, para jugar.
Y para querer.

Entendí ese lenguaje el primer día, cuando las más pequeñas de las niñas con las que aquí estoy me miraban sólo cuando yo no las miraba a ellas y se mostraban terriblemente tímidas cuando les hablaba. Sin embargo, cuando las dejo estar, con la cabeza apuntando en dirección opuesta a mí, me cogen la mano tímidamente, primero rozándome con un dedo y, poco a poco, agarrándomela con toda la fuerza que sus escasos años de vida les permiten.

Mi mano en las de Tika

Así me paso los días, aprendiendo a tocar y a rozar manos ajenas, incluso rostros, aprendiendo el maravilloso lenguaje de las manos, lengua muerta en nuestro occidente.

Hace dos días, mis nuevos amigos empezaron a darme la mano al despedirse de mí, algunos lo hacen formalmente, otros simplemente me la rozan. Aquí no hay besos, sólo los que les doy a las niñas y que excepcionalmente algunas se atreven a devolverme después de darme las gracias.

Los besos son mi manera de darles amor, pero no necesito los suyos. No los echo de menos: me valen los roces en los meñiques, las niñas mayores cogiéndome de la mano para llevarme a la mesa, las pequeñas robándome caricias y jugando con mi pelo con sus manos diminutas y tostadas al sol del Himalaya.

Sabina volando sobre mis piernas

Con mis manos agarro con fuerza las suyas para hacerlas volar sobre mis piernas. Las sueltan, extienden los brazos y se creen las águilas que habitan en sus montañas. Y me lo dicen: "I am a bird". Ellas saben lo que es la libertad ahora que la vida les ha dado una oportunidad.

Con las manos aprendo que no estoy sola aquí, con las manos me dicen "vuelve".

En realidad, todo lo que aquí se está gestando ha empezado por las manos -las que escribieron un mail solicitando ir a Kathmandú a colaborar con el proyecto, las que cogieron las flores e hicieron un ramo con ellas, las que cocinaron un plato exquisito, las que tocaron, las que acariciaron, las que dijeron "Namaste, nice to meet you"-. Y no me puede parecer más mágico.

viernes, 18 de junio de 2010

Sabía que lloraría (homenaje a don José)


Siempre supe que lloraría llegado este día, siempre supe que las letras que él teñía de rojo, se volverían negro muerte con su marcha.

Ya no podré buscar sus tribunas cuando los diarios cubran la injusticia social, la desigualdad. Ya no habrá columnas denunciando la incoherencia y los atentados a nuestros hermanos y a los animales.

Es ridículo llorar, o no, pero no puedo evitar sentirme huérfana, como cuando se fue el gran Mario, como cuando se irá el gran Gabo.

Don José es el único capaz de dotar de templanza a la letra indignada, al debate enfadado. Es el único que se mantiene sereno cuando critica, el único de rostro inquebrantable ante los dolores de una Tierra cuya sangre él convertía en la tinta de una pluma intachable.

Ni en pasado puedo escribir aún.

Los que amamos la literatura pero, sobre todo, el pensamiento, nos quedamos mudos, por extraño que eso parezca. Es estos momentos nos damos cuenta de que la vida acaba, hasta para los más grandes. En el fondo, no seamos egoístas, 87 años sin abandonar nunca su tarea incesante, son muchos. Gracias por habernos acompañado con tu trabajo hasta el final.

Y buen viaje, maestro. Buen viaje.

martes, 13 de abril de 2010

Anhedonia

Quedan dos horas para las diez de la noche. Dos horas para irme a la cama a una hora mínimamente decente, aunque mucho más temprana de lo normal si tenemos en cuenta que me levanto a las ocho y cuarto de la mañana. Poniéndola a la tremenda, podría quedarme una hora y media, y me iría a la cama a las ridículas nueve y media, como vengo haciendo últimamente.

Hasta ahí, cálculos de horas que pueden resultar irrisorios si no supusieran las ganas de nada que tengo. Ganas de tumbar el tiempo sobre mi cama, en unas sábanas lisas que se vayan arrugando con minutos de vida perdidos por el disgusto de la inapetencia, por el temor a la confusión que hay ahí fuera.

Ganas de no mezclarme con nada ni con nadie, de que no pare de llover para tener una excusa que me resguarde bajo el edredón. Ya no puedo con el ruido de la tele, con el del teléfono, con el de las palabras de los demás que me llegan como un eco lejano e ignorante. No soporto las letras de los libros que ya no sé leer.

Siento como si cada día que pasa, desaprendiera una nueva lección, como si cada noche me acostara más necia de lo que me levanté, como si me volviera disléxica con cada palabra que escribo y sorda con cada palabra que escucho. Me levanto con una neurona menos cada mañana. Puedo sentir como una aspiradora absorbe mi serotonina y me deja carente de sensaciones y sentimientos. Puedo ver la nada como si fuera la Emperatriz Infantil de la peli de mi infancia.

Para entender el sentido de cada cosa que elegí en un mejor momento de mi vida, me sirvo de un retrovisor. Así entiendo por qué compré aquel vestido o por qué coloqué esa lámpara en ese lugar o por qué decidí que ella y yo podíamos ser amigas.

Anhedonia: ¿en qué hora enfermé de esta palabra absurda que niega el placer y su búsqueda? ¿En qué momento la multitud se convirtió en una maraña demasiado complicada para mis sentidos? ¿En qué lugar decidí que éste no es mi sitio?

martes, 2 de marzo de 2010

Ruido

Hace dos semanas fui a la revisión médica anual de la empresa.
La enfermera me sacó sangre, me hizo decir A, me hizo leer filas de letras y me metió dentro de una cabina con unos cascos, como si fuese una intérprete simultánea en una rueda de prensa de uno de mis clientes.

Cuando pasé a ver al médico, éste me dijo:
-Usted no oye bien. El oído izquierdo no funciona como debería, ¿usa auriculares?
-No tengo MP3
-¿Ve la tele muy alta?
-No recuerdo la última vez que la encendí y no, bajita, bajita
-¿Va a discotecas frecuentemente?
-Ehm, hace 6 meses que no piso una y antes de esa ocasión otros 6, probablemente.
-Bien, pues igualmente, oye usted mal, ¿no nota que tienen que llamarla muchas veces antes de que responda?
-Pues mire, la verdad es que no; tengo la sensación de oír perfectamente...
-Bueno, las pruebas al respecto son claras, y el año pasado ya mostraba indicios de pérdida de audición.

Le dije que bien, que vale, que lo tendría en cuenta y pasamos a hablar de mi corazón.

Hoy he recibido el informe y en él el tipo insiste en que la audiometría da un resultado preocupante. He pasado de ese apartado y he seguido leyendo. Entonces me he dado cuenta, sola en mi salón, del ruido. Oía un ruido, uno permanente, uno que me resultaba sorprendentemente familiar. Tenía la sensación de que el ruido llevaba mucho tiempo ahí, en algún sitio de mi cabeza, y que me había acabado acostumbrando a él. Es un ruido continuo, un murmullo constante, como cuando llegas a casa a las 6 de la mañana después de haber estado de marcha y te parece oír el vacío.

Quizás ese barullo me estuviese dejando sorda, quizás, como con tantas otras cosas, la causante sea yo, y ésta solamente sea otra forma de somatización. Puede que sea yo misma quien se está ensordeciendo. Se me ha ocurrido pensar que pierdo el oído por no oír estupideces, por alejarme del ruido que me degrada, de los sonidos que me limitan, de las palabras que tantas veces me incapacitan. Palabras hirientes, juicios inapropiados, frases salpicadas de cinismo, deseos falsos, augurios envenenados. Y sí, soy vulnerable ante lo que oigo, soy permeable ante lo que veo. Soy como un recipiente cóncavo.

A veces sueño que me clavo bisturís en los ojos. Quién sabe. En la revisión del año que viene quizás la novedad sea que esté perdiendo visión de forma acelerada. Y entonces, llegaré a casa y descubriré una nube gris bajo mis párpados que yo misma habré condensado para, además de sorda, volverme ciega.

martes, 12 de enero de 2010

Cadenas


Bienvenida al mundo real.
¿Cuántos años dices que tienes? Vaya, has empezado pronto a sufrir. Bueno, mejor, así te vas entrenando.

Ah, ¿ese peso en el pecho? Sí, se llama dolor. D-O-L-O-R. Vete aprendiendo la palabra, para que vayas nombrando cada punzada.

Ja. Claro que no desaparece, esto es sólo el principio. Por la noche se nota más; cuando estás tumbada y pretendes dormir y olvidar... Quítate esa idea de la cabeza, duele incluso en sueños.

Soñarás que te cae una losa encima, que te arrancan la piel a tiras, que te intentas quitar un pañuelo del cuello y todo lo que consigues es apretarlo más, ahogándote. Soñarás que caes al vacío y notarás como te estampas contra el suelo. Soñarás que corres para huír y que te tropiezas sin poder levantarte, que estás bajo el mar y se te revientan los típanos. Soñarás que se te caen los dientes, que no puedes hablar ni pedir perdón.

Y en el mundo real, pedirás perdón una y otra vez, pero no te escucharán a menos que grites maldades. La humildad nunca sirvió para llegar lejos.

Este es mi primer regalo, pequeña: aprende a no dormir para no encontrar el desasosiego allí donde buscabas la calma. Vive despierta, caminando sola, mirando tus huellas sobre la nieve recién caída e intentando que las cadenas no te aprieten más de la cuenta.