martes, 2 de marzo de 2010

Ruido

Hace dos semanas fui a la revisión médica anual de la empresa.
La enfermera me sacó sangre, me hizo decir A, me hizo leer filas de letras y me metió dentro de una cabina con unos cascos, como si fuese una intérprete simultánea en una rueda de prensa de uno de mis clientes.

Cuando pasé a ver al médico, éste me dijo:
-Usted no oye bien. El oído izquierdo no funciona como debería, ¿usa auriculares?
-No tengo MP3
-¿Ve la tele muy alta?
-No recuerdo la última vez que la encendí y no, bajita, bajita
-¿Va a discotecas frecuentemente?
-Ehm, hace 6 meses que no piso una y antes de esa ocasión otros 6, probablemente.
-Bien, pues igualmente, oye usted mal, ¿no nota que tienen que llamarla muchas veces antes de que responda?
-Pues mire, la verdad es que no; tengo la sensación de oír perfectamente...
-Bueno, las pruebas al respecto son claras, y el año pasado ya mostraba indicios de pérdida de audición.

Le dije que bien, que vale, que lo tendría en cuenta y pasamos a hablar de mi corazón.

Hoy he recibido el informe y en él el tipo insiste en que la audiometría da un resultado preocupante. He pasado de ese apartado y he seguido leyendo. Entonces me he dado cuenta, sola en mi salón, del ruido. Oía un ruido, uno permanente, uno que me resultaba sorprendentemente familiar. Tenía la sensación de que el ruido llevaba mucho tiempo ahí, en algún sitio de mi cabeza, y que me había acabado acostumbrando a él. Es un ruido continuo, un murmullo constante, como cuando llegas a casa a las 6 de la mañana después de haber estado de marcha y te parece oír el vacío.

Quizás ese barullo me estuviese dejando sorda, quizás, como con tantas otras cosas, la causante sea yo, y ésta solamente sea otra forma de somatización. Puede que sea yo misma quien se está ensordeciendo. Se me ha ocurrido pensar que pierdo el oído por no oír estupideces, por alejarme del ruido que me degrada, de los sonidos que me limitan, de las palabras que tantas veces me incapacitan. Palabras hirientes, juicios inapropiados, frases salpicadas de cinismo, deseos falsos, augurios envenenados. Y sí, soy vulnerable ante lo que oigo, soy permeable ante lo que veo. Soy como un recipiente cóncavo.

A veces sueño que me clavo bisturís en los ojos. Quién sabe. En la revisión del año que viene quizás la novedad sea que esté perdiendo visión de forma acelerada. Y entonces, llegaré a casa y descubriré una nube gris bajo mis párpados que yo misma habré condensado para, además de sorda, volverme ciega.